La velocidad del mundo no me pertenece
Hay gente que acelera para no pensar, y yo desacelero para entender.
“En un mundo adicto a la velocidad, la lentitud es un superpoder” -Carl Honoré
No sé en qué momento vivir se volvió una carrera que nadie sabe hacia dónde va, pero todos corren igual. Todo se mueve tan rápido que da vértigo pensar. Nos enseñaron que correr es avanzar, que producir es existir, que llenar la agenda es sinónimo de vivir.
Existe esta contradicción en mi mente que me hace luchar con la idea de que la vida no es una carrera, de hacer las cosas cuando así lo sienta y cuando mi corazón me dice. Pero en el otro lado está el tiempo, con su reloj en mano, y una sociedad que me exige correr, correr hasta el agotamiento, hasta que mis pies se olviden del suelo, hasta llegar a algo que valide mi esfuerzo, mi cansancio. ¿Valió la pena? …Pero, ¿Qué hay después?, ¿Qué pasa cuando no hay nada que mostrar, pero sí mucho que sentir?
Si realmente tratamos de poner todo sobre una balanza, ¿Qué prefieres? Ser esta persona que alardea al mundo sobre sus logros, pero internamente es un desastre, o prefieres elegir caminar despacio, a tu ritmo, cuando tu corazón decida, ¿aunque la sociedad te exija apurarte porque vas a llegar tarde?
Es probable que un joven de 20 años elija la primera opción, y una persona de 50 años prefiera la segunda. Hay un margen de diferencia de unos 30 años de edad entre ambas personas, una que apenas salió de su caparazón hace unos 2 años y otra que ya pasó por los 20´s, pero conoce la experiencia de vivir deprisa.
Este joven veinteañero que está en la flor de la adultez, que sueña sin límites y anhela dejarse ver al mundo, por más que le cueste doble esfuerzo, por más que se canse. Piensa que aún es joven, que probablemente la vida se vuelva difícil más adelante.
Decide seguir. Decide correr sin escuchar su corazón. Ignora la debilidad. No hay tiempo para sentirse mal… A los 30 años tiene que tener todo por lo que está trabajando, así que no se detiene, sigue, cada vez más rápido. Se pierde de vista, tiene que ser fuerte, que ser un hombre que carga todo sobre sus hombros… Hasta que su cuerpo no puede más, colapsa, en medio de todo lo que tiene planeado hacer y cuando menos debe hacerlo. Ya no puede más, su corazón se vuelve débil, se siente inútil, todos lo dejan de mirar, su círculo de amigos ha dejado de ser cercano, ya nadie lo reconoce, no es la persona fuerte que todos conocían.
El miedo se cuela en su corazón, teme ya no poder levantarse, de pasar tiempo solo y que nadie llegue. La ansiedad aparece, probablemente también se haya colado la depresión. Se siente estancado, en un camino que no tiene salida, la esperanza se esfumó y no sabe dónde encontrarla… corrió tan rápido que la dejó quedarse atrás, aunque los minutos pasen, ella está muy lejos de él. Su aliado predominante es el insomnio y el cansancio sin razón. Ha estado tan ocupado “logrando” que dejó de sentir y ahora no tiene otra opción más que pensar y sentir todo lo que el tiempo le robó al empezar la adultez.
Quizás lo más doloroso no fue caerse, sino no saber cómo volver a empezar. Porque nadie te enseña a reconstruirte cuando fuiste tú quien se olvidó de ti.
Y mientras él se pregunta si algún día volverá a sentirse suficiente, hay otro en el camino, más adelante, que mira hacia atrás con compasión.
Quizás y es bastante probable, que la persona de 50 años ya haya pasado por la nube negra de los 20´s. Su cuerpo llegó a su límite máximo antes, que ahora las secuelas empiezan a notarse en la edad. A cualquier joven que se cruce en el camino, le dice: “Vivir lento es una rebeldía necesaria”. Los jóvenes sin entender, no hacen más que juzgarlo con la mirada, pero sigue difundiendo su sabiduría a cada joven que se encuentre. ALLÍ QUEDÓ LA HISTORIA.
En conclusión, tratamos de ir tan rápido en la vida, sin detenerse un segundo, sin admirar la belleza de los días, que empezamos a olvidarnos de nosotros, hasta que el cuerpo se enferma y nos obliga a detenernos. Y nos encontramos con que el corazón ya no late como antes y la mente nos sabotea como nunca lo había hecho. Nos educaron para llegar primero, pero nunca nos enseñaron qué hacer cuando ya estás ahí. Es en ese momento cuando descubres que tal vez nunca se trató de llegar, sino de no dejarte atrás en el camino. Tal vez el éxito más real sea poder mirar atrás y decirte: "valió la pena no apurarme."
Yo también he corrido sin saber por qué. Hasta que me tropecé conmigo misma. Me encontré con la inmensa desesperación de querer correr, de hacer latir mi corazón tan rápido hasta que me diera taquicardia. Pero no pude ver otra cosa, que mis piernas rotas y el corazón hecho pedazos, que mi sombra persiguiéndome y la mente saboteándome como si estuviera frente a mi peor enemigo. Y no encontrar la esperanza, aunque hubiera luz frente a mis ojos.
Somos ingenuos al ver la velocidad como anestesia, a lo mejor no somos tan conscientes de que así la vemos, pero, ir rápido a veces es una forma de no pensar, de no sentir, de no mirar adentro. Corremos para no escuchar el silencio. Porque el silencio duele. Encontrarnos con la verdad y la realidad cruda, nos da miedo, tememos pensar y sentir, ir lento para dejar entrar la tristeza, o ver una realidad absoluta que nuestra mente no quiere ver pero que nuestros ojos no pueden hacerse ciegos a lo que ven. Nos duele, nos hace sentir débiles porque somos cobardes, porque es más fácil ignorar lo que guardamos dentro y más difícil quitarse el miedo de mirar lo que verdaderamente el corazón siente. A veces, la verdadera prisa viene del miedo a no ser suficiente si no estamos en constante movimiento.
“Quedarse atrás” no es una tragedia si es tu propio ritmo al que sigues. ¿Atrás de quién vas exactamente? ¿Quién marcó la línea de salida? Hay personas que viven la vida como si tuvieran que alcanzarla. Como si se les fuera a escapar. Pero, ¿Qué pasa cuando no tienes prisa por llegar… porque todavía estás aprendiendo a caminar? No puedes exigirte algo que todavía no eres apto para dar. Es tu propio camino al que debes seguir. Está bien detenerse, respirar y sentir todo lo necesario para salir a flote. Sin presión, sin exigencias algo ridículas y con calma.
No todos los que van lento están perdidos. Algunos estamos eligiendo no morir en el intento. Cuando el mundo exige velocidad, ir lento se vuelve un acto de resistencia. Está bien detenerse, quedarse un rato, escuchar lo que expresa el corazón de otro, y liberarte de lo que sientes. Sentir no es una distracción, es una forma de darle valor al corazón porque estás escuchando lo que te dice.
Lamentablemente vivimos con esta creencia de que siempre habrá un mañana para disfrutar lo que tenemos en el presente, cómo si tuviéramos el poder de controlar el tiempo y lo que nos rodea.
Aunque el mundo exija velocidad, sigo creyendo que hay sabiduría en demorarse. En quedarse quieta mientras el reloj sigue avanzando. En observar lo que otros no ven, por ir demasiado deprisa.
¿Aún no puedes darte cuenta de que en las cosas más sencillas es donde encuentras paz y felicidad?
Gracias hermosa persona por quedarte a leer sobre lo mucho que pienso y lo que vive dentro de mi cabeza. <3
Atte: Isa
El alma también necesita tiempo para respirar. No la asfixies por llegar antes a ningún lugar.